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Medi Físico
PAISAJE
 
La Serranía de Cuenca es uno de los sectores montañosos mejor conservados dentro del amplio conjunto de la Cordillera Ibérica. Visto desde la periferia (La Alcarria, La Mancha) forma un abrupto y compacto contrafuerte rocoso con ciertas dificultades de acceso, pero desde su interior sorprende por sus amplias planicies escasamente accidentadas, salvo por las profundas hoces que las tajan como un cuchillo, permitiendo ver sus entrañas, cuando son accesibles. La Serranía ofrece una enorme diversidad de paisajes:
 
La combinación de sus roquedales mayoritariamente calcáreos en las amplias plataformas, en algunos casos bastante deforestadas, como son las imponentes parameras de Tierra Muerta o de los Altos de Tórdiga, es el gran dominio de la roca, apenas salpicado por algún ejemplar de sabina albar.
 
Los espectaculares relieves kársticos como son las Ciudades Encantadas o las torcas, orladas de grandes pinares, pero entre cuyas retorcidas y espectaculares formas pétreas se asientan pequeños jardines de avellanos, tejos, ciruelos silvestres, y excepcionalmente algún acebo.
 
Amplias extensiones con una tupida cobertura forestal de pino laricio, característico de la Serranía.
 
Las grandes hoces, en algunos casos muy angostas y casi inaccesibles, como el tajo que el río Júcar ha creado entre Uña y Villalba de la Sierra, en el seno de la serranía, con escarpes de más de 200 m en vertical; otras están mucho más humanizadas, con hileras de chopos alineadas a lo largo de los ríos, como las del Huécar y el Júcar en los alrededores de la Ciudad de Cuenca.
 
Las depresiones periféricas, zonas de paisaje más amable, lugar de preferente asentamiento del hombre, donde los suelos han permitido los cultivos, pero no en todo el área, ya que buena parte de estas superficies son dominio de los yesos, cuyas tierras yermas son ocupadas por los aljezares y donde no es infrecuente algún hundimiento del subsuelo, como en La Frontera.
 
El contacto entre ambos territorios (depresiones y altas plataformas) se realiza mediante amplias vertientes cuya topografía se hace más abrupta en los bordes de las zonas más elevadas formándose con frecuencia escarpes y cortados verticales. Estas laderas están cubiertas por una espesa vegetación que se escalona en altitud, de forma que en los tramos bajos se sitúa el encinar o el quejigar, según las orientaciones sean de umbría o de solana, pasando en su tramo medio, ya rocoso, al coscojar; la culminación de los cortados y partes altas es el dominio del pinar.
 
RELIEVE
 
En la Serranía de Cuenca se combinan una serie de unidades fisiográficas, cuyo resultado es un juego armónico de paisajes que en detalle son de una gran variedad y contraste:
 
·         Las parameras y muelas, altas superficies amesetadas, fragmentos de un antiguo y mucho más continuo nivel que ha sido desgajado por los cursos fluviales.
·         Las hoces, angostos valles por donde circulan muy encajados los ríos. Los bordes están formados por abruptas vertientes que, en muchos casos, forman escarpes cortados a pico desde las partes altas de las muelas, hasta el lecho del río.
·         Los surcos intramontañosos, situados en el seno de la Serranía y abiertos a favor de rocas mucho más deleznables que el compacto conjunto rocoso que forma la mayor parte de las muelas, o los segmentos más continuos de las parameras.
 
La armazón rocosa en la que se sustentan estas unidades fisiográficas no es excesivamente compleja: constituida por un conjunto de rocas sedimentarias de la era Secundaria o del Terciario inferior, gran parte de origen marino y comprimidas por el movimiento orogénico alpino, que ha generado las principales montañas europeas. Como consecuencia de ello se formó una importante cadena montañosa que luego fue sometida a un intenso proceso de erosión cuyo resultado final ha sido la creación de una extensa superficie aplanada, una superficie de erosión que perfila la topografía horizontal culminante de las muelas y parameras.
 
La posterior incisión y encajamiento de los ríos que ha acabado por remodelar la Serranía, así como los procesos kársticos, permite caracterizar sus principales rasgos.
 
Por tanto, el paisaje actual de la Serranía es consecuencia de la actuación de una serie de factores que, básicamente, son los siguientes:
 
-          Los rasgos estructurales y geológicos.
-          Los procesos erosivos y kársticos, y su continuación hasta los tiempos recientes.
 
 
GEOLOGÍA
 
 
            La característica básica de las grandes formas de relieve de la Serranía de Cuenca es el hecho de ser un relieve derivado de una etapa de plegamiento. Las morfoestructuras derivadas de este relieve plegado no se mantienen en la actualidad intactas, sino que han sido arrasadas a lo largo del tiempo, lo que ha dado lugar a unas formas aplanadas y a elevada altitud, denominadas genéricamente parameras, de las que las muelas serían una variante peculiar.
 
            Estas superficies aplanadas se han mantenido hasta la actualidad, ya que las rocas en que se han labrado son de gran consistencia ante los fenómenos erosivos que se han desencadenado con posterioridad. Estas rocas son predominantemente calcáreas (calizas y dolomías), aunque no son exclusivas, pues también alternan con otras menos compactas, más deleznables (areniscas, arcillas, yesos) en donde por erosión diferencial han actuado preferentemente los agentes de erosión creándose a su favor las amplias depresiones periféricas y los surcos intramontanos.
 
            El punto de partida de estos procesos está en el plegamiento hercínico y su posterior período erosivo, tras el cual tiene lugar una larga etapa de sedimentación relacionada con importantes transgresiones marinas que abarca toda la era Secundaria, de manera que el sector de la Serranía va a ser durante mucho tiempo el borde de las zonas litorales costeras de estos viejos mares. De ahí la alternancia de diferentes tipos de litologías en este amplio período, por lo que los espesores de rocas acumulados son bastante notables, excediendo en algunos casos los 1000 m. En este potente conjunto de rocas sedimentarias alcanzan una acusada importancia las rocas calcáreas (calizas, dolomías, carniolas, brechas) en los períodos Jurásico y Cretácico.
 
            En el Terciario medio, la orogenia alpina afectó y plegó este dominio sedimentario dando lugar a una cordillera de “cobertera”, ya que en ellas los materiales visibles afectados por dicha tectónica son siempre las rocas sedimentarias, casi nunca su basamento o zócalo. Los pliegues a que ha dado lugar esta tectónica alpina son de tipo amplio, de suave buzamiento y escasamente afectados por fallas. Es pues una región de tectónica tranquila, en donde abundan domos y cubetas.
 
            Inmediatamente después de que tuviera lugar el plegamiento alpino, se va a desencadenar un nuevo e intenso proceso erosivo que va a desmantelar estos relieves plegados y cuyo resultado final es un arrasamiento generalizado de toda la Serranía, dominando sobre las viejas estructuras plegadas unos relieves aplanados denominados parameras. Ese es el motivo por el que en la Serranía aparecen en la superficie rocas de distintas características y edades, pero de forma especial las rocas calcáreas, que son su armazón fundamental.
 
            Son ejemplos característicos la presencia de las dolomías masivas del Cretácico superior (Turonense), que cuando aparecen en la superficie, van a dar lugar a un tipo de formas muy espectaculares, como son las Ciudades Encantadas o las torcas. Otro ejemplo es la presencia de calizas tableadas del Jurásico medio (Dogger), que se desgajan en pequeñas losas cuyos intersticios aparecen rellenos de terra rossa. El topónimo local que se asigna a dichas losas es muy expresivo: “La Librería”. Cuando estas rocas afloran en la superficie, los suelos que se originan son bastante estériles, y por ello es difícil que en ellos se regenere el bosque, como sucede al sureste de la población de Uña, en el sector conocido como Tierra Muerta.
 
            Al finalizar la era Terciaria y una vez acabados los episodios erosivos que labraron en la Serranía la extensa superficie de erosión, comenzó a instalarse una red hidrográfica cuyos cursos fluviales penetran en su seno desde los sectores periféricos topográficamente más bajos, como son la cuenca del Tajo o La Mancha, desencadenando un proceso de incisión y vaciado de la Serranía por la intensa acción destructora que provoca la erosión remontante.
 
            Varias son las cuencas fluviales que competirán por adentrarse en la Serranía, como son las del Tajo (al norte y noroeste), la del Júcar (al sur y suroeste), la del Guadiana (al oeste, relegada por las dos anteriores) y la del Cabriel (al sureste).
 
            Estos ríos son los causantes del vaciado de las rocas más deleznables allí donde afloraban en la superficie o muy próximas a ella, creando un conjunto de depresiones cuyo origen podemos considerar mixto, en parte estructural y en parte erosivo; es el caso de las dos grandes vallonadas periféricas a la Serranía, como la de Fuentes al sur drenada por el río Moscas; y la de Mariana al oeste, en la actualidad avenada por tres ríos, debido a una serie de procesos de captura fluvial: el Escabas al norte y el Trabaque en el centro (ambos pertenecientes a la red del Tajo), y el Júcar con su afluente el Villalvilla por el sur.
 
            Otras de estas depresiones, que hemos denominado intramontañosas, se sitúan en el seno de la Serranía, y también se han labrado a favor de rocas fácilmente desmantelables: es el caso del pasillo o corredor de Uña, surcado por el río Júcar; la hoya de Valdecabras, abierta por el río del mismo nombre, o los surcos de las Majadas, próximos a dicha población.
 
            Para poder evacuar estas superficies intramontañosas los ríos han perforado notables espesores de rocas compactas, fundamentalmente calcáreas, a favor de las fracturas y fallas que las desgajan, creando angostas hoces, algunas prácticamente impenetrables. Consecuencia de ello va a ser el incremento de los procesos de karstificación en las altas planicies e infiltración en profundidad, a través de las rocas calcáreas, de las aguas de escorrentía, que luego manan en las hoces, después de largos recorridos subterráneos. Por ello no es fácil encontrar agua en las altas plataformas y conviene, para recorrerlas, ir bien provisto de ella o conocer bien la ubicación de las fuentes y manantiales.
 
            A lo largo del período Cuaternario se sobreexcavan profundamente las hoces, vaciando a su vez las depresiones intramontañosas y las vallonadas periféricas hasta cotas próximas a los 1000 m. Los principales ríos, en aquellos tramos en los que sus valles se hacen más amplios, depositan los sedimentos arrastrados, generando terrazas fluviales de escasa entidad.
 
            Pero a su vez, en las elevadas plataformas, a cotas entre 1300 y 1500 m, la escorrentía superficial, que hasta entonces había labrado el amplio conjunto de barrancos y vallejos hoy generalmente secos que se advierten en su topografía, deja de ser funcional y pasa a ser un drenaje profundo a través de las grietas y fisuras del roquedo calizo.
 
            Esta desarticulación se originó por el notable encajamiento de los ríos principales conforme labraban, poco a poco, sus valles y hoces. En las parameras, los flujos de agua pasaron a ser engullidos en profundidad; las altas plataformas se “ahuecaron subterráneamente”.
 
            Los ambientes rigurosos que conocieron estas plataformas durante algunas fases frías del Cuaternario no han tenido, sin embargo, una gran repercusión en la fragmentación del roquedo. Ello quizá sea debido a varios hechos:
 
-          Escasa vulnerabilidad del roquedo ante los procesos de rotura por hielo ante su dureza y pasividad.
-          Posible protección del mismo por suelos más o menos espesos que amortiguarían los efectos de la fragmentación.
-          Finalmente el importante hecho paleo-geográfico de que las rocas de estos parajes hayan estado también protegidas por un manto de nieve durante bastante tiempo al año, y que en las épocas de fusión la actividad erosiva de la escorrentía superficial fuera muy escasa dada la débil pendiente de estos terrenos y su elevada karstificación, lo que motivaría la infiltración del agua.
 
Las aguas infiltradas circulan hasta entrar en contacto con las capas impermeables, creando galerías horizontales; luego resurgen al exterior en manantiales sitos en los lugares donde la erosión ha dejado estas rocas al descubierto: en los fondos de las profundas hoces o en las depresiones intramontañosas. A la salida de estos manantiales o resurgencias se crean grandes plataformas de tobas originadas por la precipitación de carbonatos, con formas muy espectaculares: cornisas, “cortinas” e incluso barreras que represan el agua y forman lagunas, como es el caso de la de Uña.
 
A su vez, las vallonadas periféricas sufren también una acción remodeladota de peculiares características: son objeto de un intenso vaciado en los materiales más deleznables pero que, a su vez, son de nuevo parcialmente rellenadas durante las crisis cuaternarias por los aportes que proceden de los relieves de la Serranía. Al apoyarse estos depósitos de relleno sobre rocas yesíferas, éstas han sufrido procesos de hundimiento y colapsos que se materializan en la presencia de dolinas y torcas, con frecuencia anegadas, y que todavía siguen creándose en la actualidad.
 
            Por último, es preciso destacar la existencia de dos sectores de la Serranía con estructuras anticlinales ovaladas, semejantes a los que comúnmente se denominan domos. Se sitúan en el sector sureste de la misma, con una de sus principales cumbres (Collado Bajo, 1840 m) en la Sierra de Valdemeca. En ellos afloran los materiales más antiguos de los sedimentos de la era Secundaria como son las areniscas y conglomerados triásicos, que comúnmente se conocen en este sector con el nombre de rodeno, asociado a su color rojizo. Estas dislocaciones han sido causadas por elevaciones tectónicas del zócalo paleozoico, que llega a aflorar localmente en la Sierra de las Cuerdas.
 
            El más grande de los domos es la Sierra de Valdemeca, desplazada al sur con respecto a la zona más interna de la Serranía, y que, con una dirección noroeste-sureste, alcanza una longitud de 15 km por 5 km de anchura aproximadamente.
 
            La forma domática es fácilmente perceptible desde cualquiera de sus bordes, en donde las capas sedimentarias presentan un buzamiento hacia la periferia de la sierra, que adquiere la forma de una gran cúpula ovalada. En toda su extensión está cubierto de un denso pinar de pino resinero, específico de estas montañas, por lo que se le da el nombre de su litología más característica: pino rodeno. No obstante, en los sectores culminantes de dicha sierra se asienta el pino silvestre y en la zona occidental hay amplios calveros cubiertos por un tupido brezal.
 
            El otro domo, situado algo más al sur y en las cercanías de la población de Cañete, es menos elevado y de tamaño más reducido (8 km de longitud por 5 km de anchura) y también con la misma orientación (noroeste-sureste) aunque más redondeado. Este domo, denominado Sierra de las Cuerdas, posee también un buzamiento continuo hacia la periferia en las areniscas y conglomerados del Triásico. Su núcleo ha sufrido un intenso proceso de vaciamiento provocado por el río Gabriel, y ha permitido que aflore el zócalo paleozoico. Su aspecto se asemeja, pues, al de una caldera con una orla formada por las capas sedimentarias del Triásico que, con fuertes farallones hacia su interior, es lo que se denomina propiamente Las Cuerdas, cuyas cumbre alcanzan los 1400 m. En el interior y a cotas de 1000-1100 m, el zócalo forma un intrincado relieve sobre rocas metamórficas por donde se ha encajado intensamente el río Gabriel en un curso aparentemente laberíntico, pero que en detalle corresponde a un relieve apalachense, con bandas alternantes de rocas con distinto grado de dureza.
 
 
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